No hace ni dos semanas que el ministro de Consumo lanzó un mensaje necesario y valiente, que generó una explosión de críticas y comentarios que lo convirtieron brevemente en tendencia… hasta que llegó el cambio de gobierno. Y estamos con la digestión de los cambios cuando el Tribunal Constitucional decide hacer oposición al gobierno y dinamitar la interpretación de la Constitución. Suceden cosas cada vez más graves, y cada vez más deprisa se toman decisiones sobre juicios apresurados. Así nos va, claro. He publicado en el obrero un par de artículos sobre ese lejanísimo episodio, comer menos carne y comer menos carne, insisto, de lo que se puede deducir que no es que yo tenga mucha habilidad para el «clickbait». Tal vez porque me preocupa más el debate de fondo.
No me andaré por las ramas: el ministro Garzón está en lo cierto. Hay que comer menos carne. Las razones son las que ha expuesto, para quien quiera escuchar y entender. Y la propuesta es no solo importante, sino urgente. Puestos a subrayar lo que dijo, se trata de comer menos cantidad y que la que se consuma sea de más calidad.
Dicho esto, hay dos cuestiones que abordar. Por una parte, las consecuencias de que se produzca (o no) una reducción del consumo en el sentido preconizado por la propuesta; por otra, las respuestas recibidas tras el anuncio. La primera cuestión es la que merece reflexión, y entraré en ella en la segunda parte de este texto. Las urgencias políticas obligan a abordar primero lo que debería ser irrelevante.