No hace ni dos semanas que el ministro de Consumo lanzó un mensaje necesario y valiente, que generó una explosión de críticas y comentarios que lo convirtieron brevemente en tendencia… hasta que llegó el cambio de gobierno. Y estamos con la digestión de los cambios cuando el Tribunal Constitucional decide hacer oposición al gobierno y dinamitar la interpretación de la Constitución. Suceden cosas cada vez más graves, y cada vez más deprisa se toman decisiones sobre juicios apresurados. Así nos va, claro. He publicado en el obrero un par de artículos sobre ese lejanísimo episodio, comer menos carne y comer menos carne, insisto, de lo que se puede deducir que no es que yo tenga mucha habilidad para el «clickbait». Tal vez porque me preocupa más el debate de fondo.

No me andaré por las ramas: el ministro Garzón está en lo cierto. Hay que comer menos carne. Las razones son las que ha expuesto, para quien quiera escuchar y entender. Y la propuesta es no solo importante, sino urgente. Puestos a subrayar lo que dijo, se trata de comer menos cantidad y que la que se consuma sea de más calidad.
Dicho esto, hay dos cuestiones que abordar. Por una parte, las consecuencias de que se produzca (o no) una reducción del consumo en el sentido preconizado por la propuesta; por otra, las respuestas recibidas tras el anuncio. La primera cuestión es la que merece reflexión, y entraré en ella en la segunda parte de este texto. Las urgencias políticas obligan a abordar primero lo que debería ser irrelevante.

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Que nuestro sistema fiscal necesita una revisión a fondo es una obviedad que entiende cualquiera que conozca un poco como funciona, y lo que parece necesario discutir es su profundidad. A comienzos de este año publiqué una serie de cinco artículos en elobrero.es que, gracias a la singular capacidad de este gobierno para hacer de la necesidad un inconveniente, han recobrado actualidad. Los he refundido en una sola entrada, no apta para todos los públicos dada su extensión. Creo sinceramente que las cuestiones fiscales no son especialmente complejas, pero sí nos hacen creer que lo son porque en todas subyacen supuestos ideológicos que pueden ser muy discutibles. Se pasan por alto, y son sutilezas sobre las que el enfoque tecnocrático al uso no permite reflexionar debidamente.

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Hace cosa de un año escribía sobre el enorme problema de nuestro consumo de materiales, a raíz de publicaciones salidas del Foro de Davos. Por entonces aun no éramos conscientes de la que se nos venía encima con la pandemia. Un año después las cifras siguen siendo igual de alarmantes, y afrontar la crisis climática igual de urgente.

Con motivo de la COP25 de Madrid se pusieron de manifiesto las cifras correspondientes a las emisiones de CO2, y según pudimos escuchar, China, el mayor emisor del planeta, aportaba en torno al 30%, y EEUU, el segundo, en torno al 15% de lo que denominamos GEI (Gases de Efecto Invernadero). Usualmente se maneja el volumen de GEI en toneladas equivalentes de dióxido de carbono (CO2). Si nos quedamos en esa primera cifra, parece lógico pedir el doble de esfuerzo a China que a EUU, pero como cabe imaginar hay que indagar un poco más.

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Hace unos meses, en pleno confinamiento, publique una entrada con unos primeros análisis estadísticos de lo que estaba pasando, y centrando la atención en la situación singular de Madrid. Ya en la primera ola la región estaba muy por encima de las demás en todas las variables epidemiologicas que emplee, que la verdad eran pocas. El tiempo pasa y, como no ha habido cambios, cuando las cosas se han vuelto a poner cuesta arriba, volvemos por donde estábamos. La respuesta a la nueva situación es, de nuevo, el confinamiento, o al menos eso nos quieren hacer creer, porque dista mucho lo que nos imponen ahora que el derivado del Estado de Alarma de la pasada primavera.

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Una de las cosas que parece que esta epidemia nos va a dejar en positivo es la importancia de tener datos bien construidos y fiables para poder hacer análisis. Al menos eso quiero creer, vista la insistencia por reclamarlos por parte de algunos de los que más han hecho porque no los tengamos ahora. Entretanto, y visto que la curva de aprendizaje en términos sanitarios sigue siendo ascendente (que es la forma elegante de decir que aun sabemos muy poco de este virus), los adictos a las mediciones nos atiborramos con toda aquella fuente que ofrezca producto de calidad. Ya hice una primera cata con los datos españoles (Algo pasa en Madrid), que habrá que revisar en unos meses en vista de la tormenta que se avecina, y es el momento de fijarse en otras latitudes, a ver que conclusiones podemos extraer.

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Y de repente, nos dimos cuenta de que los datos estaban mal. Y ahora toda la preocupación y el debate se centra en los datos, en su precisión y corrección, en la coherencia de las series… y obviamente, aderezado de toneladas de chantaje emocional que realmente no sé si conmueve realmente a alguien. Como técnico que crea, gestiona y consume datos, entiendo y comparto la preocupación, pero si me llega a estar afectando a título personal no sé hasta qué punto me preocuparía que la contabilidad estuviera o no bien hecha.

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Con la declaración del Estado de Alarma y la asunción de poderes extraordinarios por parte del gobierno, lo que básicamente se hizo fue dar autoridad al gobierno central sobre las estructuras regionales, que siguen siendo responsables de la gestión cotidiana. Eso es lo que dice el Real Decreto 463/2020, lectura que, aunque no es la más divertida, es muy recomendable para cualquier opinador.

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Tras la última reunión del Eurogrupo, y aunque las cifras publicitadas sonaban enormes y esperanzadoras, el análisis de las medidas adoptadas no puede ser más descorazonador. Es insuficiente, inadecuado y políticamente erróneo. Desde una perspectiva macroeconómica es irrelevante, y desde una perspectiva política es dar argumentos a los antieuropeos.

Y como no soy yo el genio que ha sacado estas conclusiones, cito a la fuente, que en este caso es el Fondo Monetario Internacional (como todo el mundo sabe, la más poderosa organización del socialcomunismo bolivariano mundial). Y cito textualmente de su blog: “In times of pandemic, fiscal policy is key to save lives and protect people. Governments have to do whatever it takes. But they must make sure to keep the receipts”. En tiempos de pandemia, la política fiscal es clave para salvar vidas y proteger a las personas. Los gobiernos han de hacer lo que sea necesario. Pero deben estar seguros de mantener las medidas.

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Cuando empezó el confinamiento, y como buen aficionado a números y estadísticas, empecé a hacer mis propios análisis. La verdad sea dicha: los medios de comunicación serios ofrecen una excelente cobertura, y las actuales herramientas permiten sofisticaciones de las que me hubiera gustado disponer hace unos años. Con todo y con eso, un poco de calculo convencional ayuda a analizar las cosas.

Para empezar, y pensando en los más voraces consumidores de datos, hay una herramienta utilísima, el monitor de mortalidad, que merece tiempo y dedicación pero que no discrimina las causas. Cuando empezó el confinamiento, hubo que conformarse con los primeros datos del Ministerio de Sanidad, que básicamente eran el listado de infectados y fallecidos por Comunidad Autónoma. La versión con los datos a 15 de Abril es la que se muestra aquí.

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En el catálogo de amenazas implícitas en la globalización, una pandemia era una de las más obvias. Tanto es así que hasta hay filmografía al respecto. Eso no significa que se hayan tomado medidas preventivas de alguna clase, una consecuencia obvia de aplicar con un mínimo de rigor el principio de prudencia. Una primera reflexión básica en torno a cómo enfocar la crisis creada por el virus es el carácter singular o no de ésta, porque no es lo mismo pensar en esto como un fenómeno aislado que como una primera vez.

¿Habrá más? Sí, sin duda. Me citaré con toda inmodestia (artículo reciente en elobrero), aunque debo reconocer que no soy nada original. Hemos de empezar a pensar en respuestas a los problemas que nos está planteando esta crisis asumiendo el hecho de que serán el precedente, la referencia para el futuro. Eso implica definir el conjunto de situaciones creadas y establecer el reparto de costes. Y ahora la cuestión es delicada, pues si con una crisis financiera como la de 2007 no fue fácil responsabilizar a quienes habían creado el problema, y no ha sido posible recuperar lo perdido, ahora… ¿Quién paga el coste?

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