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Archivos diarios: 22 junio 2009

La actual crisis no es solo un simple ajuste. No es la expresión de unos cuantos desequilibrios financieros, ni es exclusiva responsabilidad de unos cuantos desaprensivos. Es todo eso, y a la vez algo mucho más profundo: es la constatación de que estamos alcanzando los límites físicos de nuestro planeta. El desajuste entre la actividad financiera y la economía real ha alcanzado unas cotas que pone en peligro la supervivencia del propio sistema económico (los interesados en este tema harán bien en leer a José Manuel Naredo). Pero como toda crisis es también una oportunidad, esta representa una ocasión excepcional para revisar, desde un planteamiento progresista, el modelo económico y, en particular, la relación entre la actividad económica y su soporte físico.

Durante los últimos meses se han puesto de manifiesto las consecuencias de un paradigma económico y cultural basado en el mito de la abundancia ilimitada y del consumo y la ostentación como base del prestigio social. Urge por tanto atender la situación, entender sus causas profundas y no ceder a la tentación de atender sólo a sus síntomas más graves con las recetas habituales. Eso solo hará más largo el proceso de recuperación. El predominio de la lógica crematístico-financiera sobre la de la economía “física” ha generado beneficios elevadísimos para una parte muy reducida de la población mundial, y fomentado el exceso de consumo y de endeudamiento. Esto era posible en el contexto de una creciente desigualdad social y destrucción de ecosistemas.

Todos estos elementos están vinculados sistémicamente, y la administración pública ha tolerado la especulación, la evasión fiscal, la contaminación y el agotamiento de los recursos. No es difícil ahora reconocer las vinculaciones entre todo lo anterior; además, todo se hizo en nombre de un crecimiento económico que no sólo no ha supuesto más bienestar a escala planetaria, sino que compromete el bienestar, e incluso la supervivencia, de las generaciones futuras.

Es un lugar común la afirmación que sostiene que las exigencias ambientales pueden ser incompatibles con el crecimiento, el empleo y el progreso social. Sin embargo, los procesos económicos son interdependientes con los procesos ecológicos, y hoy día las consecuencias de no haber tenido en cuenta esta interdependencia resultan evidentes. Lo que también es evidente es que hay una brutal desconexión entre quienes sufren las consecuencias de la crisis y quienes la han creado, de la mima forma que se produce esto mismo en relación con quienes afrontarán los costes ambientales de la degradación del planeta. Parece, pues, que cambiar la forma de hacer las cosas, cambiar de modelo económico, está más que justificado.